En países como Francia y Alemania, la educación pública tiene como finalidad la selección de los mejores, de tal forma que los méritos y la excelencia faciliten la promoción de los más capaces, los más talentosos y los más trabajadores. Una universidad como La Sorbona no es accesible ni para los ricos que se lo puedan permitir, ni para los mediocres que no cuenten con un expediente académico necesario y suficiente. Así, un niño francés o alemán de trece o catorce años, que quiera estudiar en Tubinga o La Sorbona, sabe que debe tener las mejores notas posibles y esa certeza es lo que fomenta el estudio, la responsabilidad y el conocimiento. Nosotros hemos renunciado a la selección de los mejores con la coartada del elitismo y por eso tenemos los resultados educativos que tenemos.
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